.La búsqueda de la Ciudad de los Césares
Las primeras exploraciones del vasto territorio americano
constituyeron un estímulo a la fértil imaginación de los conquistadores
españoles, que convirtieron a las nuevas tierras descubiertas en un inagotable
depósito de utopías. El oro, la gloria y la fe se aunaron con el ansia de
aventuras...
Es ésta una ciudad encantada, no dada a ningún viajero
descubrirla (...)
sólo al fin del mundo, la ciudad se hará visible
para convencer a los incrédulos de su existencia
Tradición oral de Chiloé
Las primeras exploraciones del vasto territorio americano
constituyeron un estímulo a la fértil imaginación de los conquistadores
españoles, que convirtieron a las nuevas tierras descubiertas en un inagotable
depósito de utopías. El oro, la gloria y la fe se aunaron con el ansia de
aventuras, estimulada por las maravillas que esperaron encontrar en el Nuevo
Mundo. De esta manera, la búsqueda del "paraíso terrenal", el
"Dorado", la "fuente de la eterna juventud" y otros lugares
fabulosos se transformó en un poderoso motor para explorar las regiones más
remotas del continente.
En los territorios australes del continente, surgió a
principios del siglo XVI la creencia en una ciudad perdida, poblada por hombres
blancos y poseedora de fantásticas riquezas. En 1526 se tienen las primeras
referencias de ella, a través de noticias proporcionadas por soldados españoles
que llegaron al río de la Plata con la expedición de Sebastián Caboto, a las
que se sumaron los rumores sobre una ciudad inca fundada por fugitivos de la
expedición de Diego de Almagro. El naufragio de la expedición del obispo de
Plasensia en 1540 a la altura del estrecho de Magallanes terminó por gestar el
mito de la misteriosa ciudad. La llegada de algunos de los sobrevivientes a
Chile, décadas después, confirmó para muchos españoles la idea de que los
náufragos habían fundado una ciudad retirada hacia el interior de la Patagonia.
Desde entonces, las expediciones en busca de la Ciudad de los Césares se
multiplicaron, y el vano resultado obtenido no hizo más que rodear de leyenda
al fabuloso lugar.
A mediados del siglo XVII las expediciones comenzaron a
orientarse de preferencia hacia las regiones más australes de la Patagonia.
Entre 1669 y 1673, el jesuita Nicolás Mascardi realizó un largo periplo por las
tierras patagónicas, llegando hasta el estrecho de Magallanes. Fundador de una
misión a orillas del lago Nahuelhuapi, murió en 1673 asesinado por los
indígenas. Por otro lado, la preocupación de las autoridades coloniales por la
presencia de ingleses y holandeses en las costas de la Patagonia los llevó a
organizar en esos mismos años varias expediciones a los canales australes, las
que continuaron durante gran parte del siglo XVIII.
Durante la última centuria colonial las expediciones hacia
la Ciudad de los Césares siguieron dos cauces. Por un lado, la continuación de
la labor apostólica del padre Mascardi, que se concretó en varios intentos por
refundar la misión de Nahuelhuapi y habilitar las sendas cordilleranas entre
ésta y el océano Pacífico. Por el otro, motivos estratégicos de la corona
española, preocupada por el establecimiento de colonias extranjeras en las
costas patagónicas, las que se asociaban con la creencia en la ciudad perdida.
La presentación de un informe sobre la ciudad perdida en
1707, la llegada de nuevas noticias acerca de ella en 1774 y la publicación ese
mismo año de la obra del jesuita Thomas Falkner, en donde se hacía una
descripción del territorio austral, llevaron a las autoridades a organizar una
nueva expedición, la que sería dirigida por el comerciante limeño Manuel José
de Orejuela. El fracaso de la expedición, que nunca pudo llevarse a cabo, y las
posteriores exploraciones de fray Francisco Menéndez y José de Moraleda
terminaron por derrumbar las bases geográficas de la creencia en los Césares.
Según la creencia popular, la ciudad permanece aún rodeada
de una niebla impenetrable que la oculta a los ojos de los viajeros, y seguirá
escondida hasta el final de los tiempos, momento en el que aparecerá revelando
a los incrédulos su presencia.
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