A buen resguardo en el segundo piso de la Biblioteca Buhr de la Universidad de Michigan, EE.UU., descansa un ejemplar del libro más peligroso del mundo: quien lo toca, muere.
En el siglo XIX el uso del arsénico era corriente en la elaboración de medicamentos, panfletos, pósters e incluso juguetes de niños. Además, los papeles utilizados para decorar las paredes, contenían altas cantidades del veneno.
Se calcula que entre 1878 y 1883, casi el 65% del papel de empapelar comercializado en Estados Unidos contenía pigmento arsenical, que al ser liberado al ambiente causaba graves trastornos físicos.
El químico R.C. Kedzie, cansado de que la opinión pública ignorara sus advertencias sobre los peligros del arsénico, impregnó con el veneno las páginas de su libro “Shadows from the Walls of Death” (“Sombras de las paredes de la muerte”).
Tras la muerte de una lectora, se quemaron casi todos los ejemplares del tomo. En la actualidad solo sobreviven dos, guardados herméticamente a causa de su alta toxicidad.
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