El éxodo en los judíos, paralelos asombrosos con en el pueblo azteca.
Según las tradiciones de este pueblo, hace aproximadamente unos 800 años que su dios
Huitzilopochtli se les apareció y les dijo que tenían que abandonar la región en que habitaban y
Comenzar a desplazarse hacia el sur «hasta que encontrasen un lugar en el que verían un águila
devorando a una serpiente». En este lugar se asentarían y él los convertiría en un gran pueblo.
La región en que por aquel entonces habitaban los aztecas estaba en lo que hoy es terreno
norteamericano —probablemente entre los estados de Arizona y Utah— y por lo tanto su
peregrinar hasta Tenochtitlán fue notablemente más extenso que el que a los hijos de Abraham les exigió su «protector» Yahvé(Jehova).
La caminata de los «Hijos de la Grulla» (como tradicionalmente se llamaba a los aztecas) fue de no menos de tres mil kilómetros y no precisamente por grandes carreteras sino teniendo que atravesar vastos desiertos y zonas abruptas y de densa vegetación que ciertamente tuvieron que poner a prueba su fe en la palabra de su dios Huitzilopochtli.
Pero por fin, después de mucho caminar encontraron en una pequeña isla, en medio del lago
Texcoco, el águila de la profecía devorando una serpiente en lo alto de un nopal.
Esta pequeña isla estaba exactamente donde ahora está la impresionante plaza del Zócalo, en
medio de la ciudad de México.
Con lo dicho hasta aquí, no podríamos encontrar sino un paralelo genérico con lo que les
aconteció a los hebreos, y ciertamente no tendríamos derecho a esgrimirlo como un argumento en favor de nuestra tesis. Pero si consideramos cuidadosamente todos los detalles de la historia de la peregrinación azteca, nos encontraremos con muchas otras circunstancias muy sospechosas.
Helas aquí:
—La personalidad de Yahvé(Jehová) era muy parecida a la de Huitzilopochtli. Ambos querían ser considerados como protectores y hasta como padres, pero eran tremendamente exigentes, implacables en sus frecuentes castigos y muy prontos a la ira.
—Ambos les dijeron a sus pueblos escogidos, que abandonasen la tierra en que habitaban.
Yahvé(Jehová) lo hizo primeramente con Abraham haciendo que dejase Caldea y lo hizo posteriormente con Moisés forzándolo a que abandonase Egipto al frente de todo su pueblo.
—Ambos acompañaron «personalmente» a sus protegidos a lo largo de toda la peregrinación,
ayudándolos directamente a superar las muchas dificultades con que se iban encontrando en su
camino.
—Yahvé(Jehová) los acompañaba en forma de una extraña columna de fuego y humo que lo mismo los alumbraba por la noche que les daba sombra por el día, y les señalaba el camino por donde tenían que ir, haciendo además muchos otros menesteres tan extraños y útiles como apartar las aguas del mar para que pudiesen pasar de una orilla a otra, etc. Huitzilopochtli acompañó a los aztecas en forma de un pájaro, que según la tradición era una gran águila blanca que les iba mostrando la dirección en que tenían que avanzar en su larguísima peregrinación.
—Este peregrinar en ninguno de los casos fue de días o semanas. En el caso judío, Yahvé(Jehová), extrañísimamente, se dio gusto haciéndoles dar rodeos por el inhóspito desierto del Sinaí durante 40 años (cuando podían haber hecho el camino en tres meses). Huitzilopochtli fue todavía más errático y desconsiderado en su liderazgo, pues tuvo a sus protegidos vagando dos siglos aproximadamente, hasta que por fin los estableció en el lugar de la actual ciudad de México.
— ambos pueblos anduvieron errantes no fue breve, tampoco lo fue la distancia que tuvieron que cubrir. Primero Abraham fue desde Caldea a Egipto de donde volvió a los pocos años. Pero enseguida vemos a su nieto Jacob volver de nuevo a Egipto (siempre bajo la
mirada de Yahvé(Jehová), que era el que propiciaba todas estas idas y venidas) hasta que, al cabo de unos dos o tres siglos, vemos a todo el pueblo hebreo —por aquel entonces ya numerosísimo— de vuelta hacia la tierra prometida capitaneado por Moisés, pero dirigido desde las alturas por aquella nube en la que se ocultaba Yahvé(Jehová). La distancia que tenía que recorrer el pueblo hebreo era, teóricamente, de unos 300 kilómetros; pero Yahvé(Jehová) se encargó de estirar esos 300 kilómetros hasta convertirlos en más de mil. La distancia recorrida por el pueblo azteca fue mucho mayor, ya que no debió de ser inferior a los tres mil kilómetros, distancia que fue fielmente recorrida por las seis tribus que inicialmente se pusieron en camino.
—Ambos pueblos tuvieron que enfrentarse a un sinnúmero de tribus y pueblos que ya
habitaban la «tierra prometida» cuando llegaron los «pueblos escogidos». Los amorreos, filisteos, gebuseos, gabaonitas, amalecitas, etc., que a cada paso nos encontramos en la Biblia en guerra con los judíos, tienen su contrapartida americana en los chichimecas, tlaxcaltecas, otomíes, tepanecas, xochimilcos, etc., con quienes tuvieron que enfrentarse los aztecas en su peregrinaje hacia Tenochtitlán.
-Ambos pueblos, en cuanto fueron adoptados por sus respectivos dioses protectores,
comenzaron a multiplicarse rápidamente, pero sobre todo en cuanto llegaron al lugar prometido y establecieron en él, se hicieron muy fuertes y pasaron a ser le, pueblos dominantes en toda la
región, avasallando a sus vecinos. Ambos pueblos llegaron a la cúspide de su desarrollo
aproximadamente a los dos siglos de haberse establecido en la tierra prometida.
—Ambos pueblos fueron adoctrinados en un rito tan raro como es la circuncisión. Este es un
«detalle» tan extraño que, induce a sospechar muchas cosas, entre ellas, que Yahvé(Jehová) y
Huitzilopochtli eran hermanos gemelos en sus gustos.
—Tanto Yahvé(Jehová) como Huitzilopochtli les exigían a sus pueblos sacrificios de sangre. Entre los hebreos esta sangre era de animales, pero entre los aztecas la sangre era frecuentemente humana, como en la dedicación del gran templo de Tenochtitlán cuando, según los historiadores, se sacrificaron varios miles de prisioneros, abriéndoles el pecho de un tajo y arrancándoles el
corazón, todavía latiendo y sangrante, para ofrecérselo a Huitzilopochtli. Yahvé(Jehová), a primera vista no llegaba a tanta barbarie, pero parece que a veces acariciaba la idea. Recordemos si no, el abusivo sacrificio que le exigió a Abraham de su hijo Isaac (y que sólo a última hora impidió) y el menos conocido de la hija de Jefté (Jue. 13). Este caudillo israelita le prometió a Yahvé(Jehová) que mandaría sacrificar al primer ser viviente que se le presentase a la vuelta al campamento, si Yahvé le concedía la victoria sobre los ammonitas. Cuando volvía victorioso de la batalla, la primera que le salió al encuentro para felicitarle fue su propia hija. Y Yahvé(Jehová), que con tanta facilidad le comunicaba sus deseos a su pueblo, no dijo nada y permitió que Jefté cumpliese su bárbaro juramento. Y éste no es el único ejemplo de este tipo.
(Y conste que no decimos nada —para no extendernos— de los auténticos ríos de sangre que el
propio Yahvé(Jehová) causó con las continuas batallas a las que forzó durante tantos años a su pueblo. RÍOS de sangre que a veces provenían exclusivamente de su pueblo escogido cuando «se encendía su ira contra ellos» cosa que sucedía (con bastante frecuencia).
—Tanto Yahvé(Jehová) como Huitzilopochtli abandonaron de una manera inexplicable a sus
respectivos pueblos cuando éstos más los necesitaban. Yahvé —que ya estaba bastante escondido desde hacía varios siglos— se desapareció definitivamente a la llegada de los romanos a Palestina, y Huitzilopochtli hizo lo mismo cuando llegaron los españoles; y a partir de entonces, la identidad de los aztecas como pueblo, se ha disuelto en el variadísimo mestizaje de la gran nación mexicana.
(Es muy dudoso, por no decir imposible, que los aztecas, pese a las promesas de su protector,
logren el supremo y desesperado acto de supervivencia de los israelitas, de volver a resucitar como un pueblo de historia y características propias).
— Por si todos estos paralelos no fuesen suficientes, nos encontramos todavía con otro, que le
confieso al lector que a mí me produjo una profunda impresión cuando lo encontré ingenuamente relatado por fray Diego Duran, uno de los muchos frailes franciscanos que escribieron las crónicas de los primeros tiempos del descubrimiento de las Américas,, nos cuenta (por supuesto, con una cierta lástima ante el paganismo «demoníaco» en que se hallaban sumidos aquellos pueblos) que cuando el pueblo entero avanzaba hacia el sur, siguiendo siempre a la gran águila blanca que los dirigía desde el cielo, lo primero que harían al llegar a un lugar, era construir un pequeño templo para depositar en él el arca que transportaban mediante la cual se comunicaban con su dios.
Este detalle de llevar también un arca, al igual que los hebreos, y de considerarla de gran
importancia pues era el vínculo que tenían con su protector, es algo que me sumió en profundas
reflexiones y que me hizo llegar a la conclusión de que algunos de estos «espíritus que están en las alturas» —tal como los denomina San Pablo— tienen gustos muy afines. Y puede ser que no sólo gustos, sino también necesidades, cuantas veces se asoman a nuestro mundo, o a nuestra
dimensión, en donde no pueden actuar tan naturalmente como lo hacen cuando están en su
elemento.
—Todavía como un último paralelo, podríamos añadir lo siguiente: Si el Yahvé(Jehová) de los hebreos tuvo su contrapartida americana en Huitzilopoctli, el Cristo judío, en cierta manera reformador de los mandamientos de Yahvé(Jehová), tuvo su contrapartida en Quetzalcoatl, el mensajero de Dios, instructor y salvador del pueblo azteca, que, como Cristo, apareció en este mundo de una manera un tanto misteriosa; fue aparentemente un hombre como él, y como él, se fue de la tierra de una manera igualmente extraña, prometiendo ambos que algún día volverían.
—Pero no sólo eso sino que el Moisés azteca, —que era el único que hablaba con
Huitzilopochtli, según Ferriz- se llamaba "Mexi y su hermana (¡porque también tenía una
influyente hermana!) se llamaba Malínal. Pues bien, fonéticamente, Meshi se parece a Moshe
(Moisés en la versión fonética castellana), y Malínal a María. Y aunque al lector este paralelo
pueda parecerle una exageración traída por los pelos, debería saber que estos «parecidos» en
cuestión de nombres propios, son algo con lo que nos encontramos frecuentemente en el mundo de lo religioso-paranormal (Chishna-Cristo; Maturea-Matarea, etc.) y son algo normal en el mundo esotérico. Son chispazos de la Magia Cósmica que escapan a nuestra lógica.
Hasta aquí los paralelos entre el peregrinar del pueblo hebreo y el peregrinar del pueblo azteca.
Si todas estas similitudes las encontrásemos únicamente entre estos dos pueblos, podríamos
achacárselas tranquilamente a pura coincidencia casual. Pero lo que se hace tremendamente
sospechoso es que éstas y otras «coincidencias» las encontramos en gran abundancia en muchos otros pueblos de la Tierra, separados por miles de años y por miles de kilómetros.
Pongo el caso de una tribu negra del Zaire, a la que, aparte de otros curiosísimos paralelos con el pueblo hebreo, su «Yahvé(Jehová)» —que en este caso se llamaba Murl— les enseñó e impuso la circuncisión (!).
Extracto del libro: "Defendámonos de los Dioses" de Salvador Freix