En el cementerio de Poblenou o Pueblo Nuevo, un camposanto fundado en 1775 y ubicado en el barrio del mismo nombre de la ciudad de Barcelona , se encuentra una de las esculturas de mármol más significativas y enigmáticas del mundo: “El Beso de la Muerte”, (“El Petó de la Mort”, en catalán). La escultura representa a la muerte, en forma de un esqueleto alado, plantando un beso en la frente de un hombre joven y atlético, imagen que puede evocar tanto el éxtasis en el rostro del fallecido al dejar este mundo, como la tristeza por renunciar a la existencia en la flor de la vida.
El encargo de la obra fue hecho al taller del escultor Jaume Barba, a quien desde siempre le fue adjudicada la creación de la escultura. Sin embargo, tomando en cuenta que este artesano tenía más de 70 años cuando se realizó, algunos se inclinan a pensar que el verdadero autor fue Joan Fontbernal, yerno del maestro y quien era el escultor más cualificado del taller de la familia Barba.
La pieza conocida como “El beso de muerte”, que según algunos inspiró la película clásica “El séptimo sello”, de Ingmar Bergman, fue un encargo de la familia catalana Llaudet, que hacia el año 1930 perdió a un hijo en plena juventud. Los Llaudet, entonces, para homenajear al joven fallecido, quisieron poner una escultura para su tumba que representase los siguientes versos del poeta Mossèn Cinto Verdaguer que se pusieron en el epitafio: «Mas su joven corazón no puede más; / en sus venas la sangre se detiene y se hiela / y el ánimo perdido con la fe se abraza / sintiéndose caer al beso de la muerte».
La obra de arte básicamente representa la escena en que la muerte, personificada en la tétrica figura del esqueleto, va a buscar a este joven y se lo lleva hacia su reino por medio de un beso, lo que se contrapone con la alegórica y clásica imagen de la misma muerte que, representada por un esqueleto encapuchado que lleva una guadaña, va a buscar a los vivos cuando les ha llegado su hora y con esta herramienta corta implacablemente el vínculo del hombre con la existencia terrena. La escultura “El Beso de la muerte”, según algunos, se basaría en la “Mors Osculi”, una antiquísima tradición esotérica que ve a la muerte como una suerte de iniciación religiosa o espiritual. En este caso, el encuentro entre el ser humano que va a fallecer y la muerte que lo visita es totalmente distinto a la visita del funesto esqueleto con una guadaña. La muerte aquí se presentaría como una especie de colaborador que le permite una auténtica iniciación al fallecido, cuando éste deja de pertenecer a un mundo para nacer a otro totalmente nuevo.
Otros, en tanto, le han dado a la obra una connotación religiosa. En la Biblia se cuenta en el Génesis que Dios “formó al hombre del polvo de la tierra, le insufló en sus narices un hálito de vida y así llegó el hombre a ser el hombre un ser viviente”. De ese modo, al morir por el beso de la muerte, también llamado por algunos como el beso de Dios, el espíritu del hombre saldría por la boca y se uniría de nuevo con el Creador, que por unos instantes se ha disfrazado de muerte. En el Talmud hebraico, de hecho, está escrito que “Novecientas tres clases de muerte han sido creadas en el mundo, pues está dicho: “Y YHVH, nuestro Señor, da a la ‘muerte salidas’…La más penosa de las muertes es la del garrote, la más dulce es la del beso (divino). La del garrote es como una rama de espinas que se quisiera sacar de una bola de lana. O, según otros, como aguas que brotan ante la entrada de un canal. En cuanto al beso divino, es (una muerte tan fácil) como retirar un cabello de la superficie de la leche”.
Fuente:
Héctor Fuentes